Chile es alargado y profundo. Es cómo Lorca o Japón, un territorio devastado. Es crecerse en la tragedia. Es tierra de heroes, poemas y revoluciones. Es una crisis bien entendida. Es el renacer de Pinto Durán. Es Marcelo Bielsa y es fútbol.
La Roja, cómo popularmente se conoce a su selección, es una clásica de los campeonatos del mundo. Anfitriona en 1962, fue una selección tomada en cuenta en el panorama internacional. Al igual que España, su fútbol lento y previsible llegó a Francia 98 para caer en el olvido. Tras esa debacle, España inventó el Tiki-Taka, el cuento de la felicidad, y la Roja no se asoció en ese fútbol combinativo. La magia del fútbol invitó a Chile al ostracismo. Ya estaba devastada.
Fueron 12 años de caminar sin rumbo, cómo esa preadolescente que se prepara para el concierto de su ídolo mientras en el horizonte todo es cero. En ese preciso momento se empieza a seguir al héroe.
Bielsa vivía en la cima del mundo. Su selección argentina arrasaba de camino a Corea y Japón 2002. Ganaba cómo quería y sus rivales eran juguetes rotos a su paso. Ya la final con Francia estaba cantada. De menos a más llegó la euforia al partido de Suecia, y cómo le pasa a España en Eurovisión cayeron contra pronóstico. Bielsa comprobó en Japón cómo el fútbol se tragaba a su selección hasta derrumbarla. Hay se pulsó el detonador.
Ya había una selección de un país totalmente hundida y un hombre hundido para ganar en una selección. Chile y Bielsa sólo tenían un camino, renacer juntos. Crecerse en la tragedia y poner las bases del remodelado complejo deportivo de Pinto Durán.
Con una selección joven e inexperta, donde había gente que no había debutado en sus equipos y si lo hacían en la selección comenzó a desplegar un fútbol distinto. Rápido y descarado que los llevó al Mundial 2010. Aquel triunfo fue una fiesta nacional en Chile. Desde entonces Chile es Bielsa y es fútbol y es etapa de madurez.
Chile comprendió que Bielsa es más que fútbol y Bielsa comprendió que el fútbol es más que Chile.
Adrián García López
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